Se oyen nidos

Verderón (Chloris chloris)

Estoy sentada en mi terraza, con un sol de mayo recién nacido pateándome los hombros como para decirme, venga, que lo de abril ha sido duro pero ya estoy de vuelta. Cámara en mano, vigilo la morera blanca de mi añorada Jadicha, que ya ha sacado fruto, por lo que los pájaros acuden frecuentes. A las ardillas les gustan las moras algo más maduras, no se las espera hasta dentro de un par de semanas.

Es delicioso sentir este sol murciano de primavera, pero no me quejo del abril que hemos tenido, por mucho que la luz de hoy sepa a disculpa del universo. Ha sido un abril de tormentas, rayos y truenos, pero también de arcoiris dobles. De lluvias de barro que han teñido de ocre todas las superficies de la casa. Y los cristales! Ay! Todos a lunares. Y sin embargo, acepto encantada la malentendida mugre, porque trae consigo los fértiles nutrientes del Sahara, que junto con la lluvia, han creado en mi jardín una intensa explosión de color, mas intensa de lo habitual, y convertido el monte en una estampa de intenso verde sotobosque, salpicado de olas púrpura de campanillas y amarillas de margaritas.

Los pájaros se las saben todas. Se diría que saben que mi teleobjetivo es capaz de robarles el pudor con el que buscan alimentarse, porque en esos momentos se saben vulnerables. Además, tienen prisa, siempre comen con prisa. Hay mucho que hacer. Mientras les observo llegar e irse, sin darme tiempo a fotografiarles, les escucho. Oigo muchos cantos distintos, y reconozco algunos. Vienen de los pinos frondosos, está claro. Pero saben que no les podré encontrar mientras cantan escondidos entre las ramas. Se las saben todas. Saben que la pareja de cernícalos que anida cada año en esta rambla está de vuelta. Mi cámara no es la única amenaza.

Es domingo y hay silencio humano, pocos coches, un vago y ocasional eco de cantos de la misa de doce en el monasterio. Nada más. Tuerzo el gesto. Mucho cantar, pero mucho echar escombros, plásticos y basura al huerto, allí abajo del terraplén, oculto para ellos, orzuelo en la vista para los demás. Mucho cantar, pero mucha agresividad contra el guardia de tráfico al que rodeó una turba vociferante de piadosos feligreses al salir de misa el domingo pasado, cuando estaba poniéndoles multas por aparcar en flagrante infracción, invadiendo la acera de la plazoleta, pasando mucho de todo. Gente de orden, estos creyentes, cuando les conviene. Otras veces no. Mi Paul bajó a ver qué ocurría, alarmado por el griterío que subía hasta la casa misma. Le gritaron e insultaron también a él, cómo no. Volvió escandalizado de la conducta de esa panda de energúmenos y arrabaleras, inexplicable en quienes, al menos en teoría, acaban de escuchar y dar el amén a la palabra de Dios. O quizá no tan inexplicable?

Este domingo no hay ni coches ni griterío. Sólo trinos.

Decidí escuchar con atención, porque las aves de canto son sonido de fondo en mi jardín y para escuchar hay que decidirlo así. Escuché al mirlo componer auténticas frases y decidí que saben hablar. Escuché al herrerillo y decidí que sonaba a llamada al apareamiento. Lo mismo pensé del cuco. Escuché a las tórtolas, a las currucas, verdecillos, verderones, ruiseñores. Y luego presté atención a otro trino que claramente sonaba distinto, como desesperado, ansioso. Es un nido lleno de pollos hambrientos, me dije.

En esa desesperación, sin embargo, escucho algo precioso y evocador.
Escucho el sonido de las ganas de vivir, de volar, de crecer, la impaciencia de ocupar tu sitio en el mundo, de continuar con el ciclo del desafío y triunfo que supone perpetuarse como estirpe. Escucho por un momento con los oídos de la madre o del padre que vuelven al nido y reparten bichejos a múltiples boquitas ansiosas. Me imagino lo que deben sentir, y sonrío.

Y pienso entonces en la magia de que estos sonidos me alejen de la deleznable cacofonía que me acosa en mi día a día, hecha de ruidos hablados o escritos que me avergüenzan de mi propia especie. De la inconmensurable estulticia, arrogancia, hipocresía y cinismo que nos ataca desde cualquier medio. Hace tiempo que intento protegerme de ella, alejándome sobre todo de los que la dan por normal, incluso aunque les moleste. Es casi lo peor de todo, aceptar este cáncer que nos carcome poco a poco, en muchos casos explotándolo para conseguir audiencia. Hay elecciones en nuestra capital del reino, y es allí sobre todo donde este insoportable desafine suena atronador. Lo evito, o al menos lo intento, porque desde pequeña el desafine me ha hecho llorar. No puedo soportarlo. Pero está ahí, y saberlo es ya suficientemente desagradable. Al menos, negarse a escucharlo, negarse a darle audiencia a quienes lo amplifican cuenta para algo. Pero los que se rinden a la cacofonía, y la escuchan y le cogen gusto, no pueden por menos, seguramente, que añadir su propio ruido de insultos, agresión, grosería, arrogancia a esta sinfonía demoníaca. Y poco importa, al respecto, que acaben de salir de misa.

Pero este domingo, agradecida, recibo el regalo de los pájaros, que me dicen: escúchanos a nosotros. No te lo podremos fácil, lo de las fotos, pero te damos nuestro canto, nuestro lenguaje, nuestra sabiduría de millones de años. Te contaremos las historias de nuestros amores y de nuestros hijos diminutos, impacientes por volar. Y así sabrás que aunque tu especie se arruine la existencia, aún hay en este mundo espacios de pureza y de luz, si sabes abrir tus ojos, tus oídos y tu corazón.

12 comentarios en “Se oyen nidos”

    1. Gracias Yamila. Me ha costado mucho volver a escribir. Es como que en esto no mando yo, sino uno de esos chips que llevamos en el cerebro y que van por libres.
      Siempre me hace muy feliz que disfrutéis mis escritos. Así que espero que el chip este se porte mejor a partir de ahora!

      1. gracias!!!!

        qué hermosa escritura, hermanita!!!!

        en literatura, como en tantas otras artes, puedes hacer lo que quieras.

  1. Yo te acabo de leer. Como siempre emocionada por la sensibilidad de tus comentarios, la belleza que sabes percibir y nos enseñas a apreciarla.
    Qué bonito lo de los pájaros, me han recordado a Eva y Mar, también ellas se ponen ansiosas cuando necesitan alimento. Cómo te gustaría verlas.
    Qué belleza de arco iris, y que recuerdos de cuando el desafino te hacía llorar!!!!
    Cuanto talento te adorna, querida hermana. Yo si estoy deseando poder viajar, pero para ir a verte

  2. Gracias Mila, yo también estoy impaciente por verte a tí, y al resto de la familia, y conocer en persona a Eva y Mar! Ojalá pueda ser muy pronto!

  3. Precioso escrito querida Fuensanta, que bien describes los momentos por los que estamos pasando y que postura tan inteligente la tuya.
    Enhorabuena!!!
    Muchos besos para ti y para Paul

  4. Hola Fuen,
    esta mañana he visto que has escrito nuevo texto. Me alegré mucho y reprimí las ganas de leerlo enseguida. Así me he regalado la ilusionada espera hasta disfrutar plenamente de lo que cuenta tu alma. Sentada comodamente, esta tarde me has transportado al mundo mejor de los milagros de la naturaleza. Gracias

  5. Fuensanta, me ha parecido muy bonito y poético, tanto el texto como las fotografías. Una visión profunda sobre un mundo que a veces conocemos poco.
    Enhorabuena!
    Un abrazo.Luisa.

  6. Querida hermana pequeña, cuanto me alegro de que vuelvas a escribir lo que te sugiere tu entorno y los comentarios sobre los pajaritos que te rodean. Te noto feliz y eso me gusta muchísimo porque me contagia tu buen sentir y me alegra el corazón, por lo que dices y como lo dices, con un sentimiento gozoso y pasando de los chirriantes feligreses que después de la misa salen a voliferar sin demostrar que han oído la palabra de Dios. Te quiero mucho hermanita, sigue escribiendo tus sentimientos que nos hacen mucho bien.

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