Mundo cruel (I)

Terrible fracaso. Yo que guardé con cariño la crisálida de mariposa después de observar y fotografiar a la oruga, tengo que comunicaros que la pobre mariposa no prosperó. Tuve el capullo en un tarro aireado unos días, leí que podía tardar un mes en eclosionar, pero esto resultó ser incorrecto. Le tenía el ojo puesto cada mañana, y veía que se movía si tocaba el tarro. Anteayer, cuando salí al patio a desayunar al fresco, me encontré con que la mariposa había salido durante la noche. Tenía las alas plegadas y parecía muy pachucha. Al parecer, la metamorfosis es algo aterrador, un proceso durísimo. Uno puede cachondearse de las películas de licántropos, pero lo cierto es que la ciencia ha detallado los cambios convulsos que experimentan los animales que experimentan la metamorfosis en su ciclo vital para, de una fase a la otra, convertirse en un ser totalmente distinto. Es un proceso durísimo. Antes de que los expertos en genética estudiasen esto, Kafka tuvo la intuición genial del temor al cambio transformativo que llevamos dormitando en lo más profundo de nuestra psique. Yo tenía la ilusión de observar el proceso, estudiarlo y aprender, entender bien su sentido.

Pero lo he hecho de forma torpe e imprudente. El tarro era probablemente demasiado pequeño, y la pobre mariposa igual no tenía sitio para desplegar bien las alas. Intenté ponerla en un contenedor más grande, pero no hice más que empeorar las cosas. Claramente, estresé horrores al pobre bicho al manipularla para cambiarla del tarro a la caja. Y eso que le puse flores al alcance, cortadas de la duranta donde había visto libar alegremente una mariposa como ella, pero no sirvió de nada. A la noche seguía arrugada y pachucha, sin conseguir desplegar las alas. A la mañana siguiente, la encontré al pié de mi cama. Seguramente, uno de los gatos me la había traído, tiesa.

Parece tonto la pena que te puede dar un evento así. Pero es que es puro simbolismo de la fragilidad de la vida. Tanto esfuerzo, tantos sudores, para terminar de juguete de gato. Las mariposas no viven mucho, pero este patético cuerpecillo arrugado hubiese merecido su par de días al sol, la oportunidad de encontrar con quién aparearse, hacer su puesta, y morir en paz, habiendo cumplido con su razón de existir.

Quizá, al fin y al cabo, este bichillo sí que ha aportado algo al mundo. No creo que me anime a intentar estudiar una nueva metamorfosis si me topo con una oruga, pero si un dia me animo, tendré que asegurarme de que se cumplen todas las condiciones necesarias para que vaya bien. Me documentaré concienzudamente leyendo publicaciones de gente que críe mariposas y evitaré creer que todo es muy sencillo y que tengo ciencia infusa. Es una lección que me dio mi madre en su día y que, por desgracia, olvidé esta vez. Ella me decía a menudo «No puedes ser como el aprendiz de sastre que llega al taller el primer día y le dice al jefe : maestro, pego mangas?». Hasta con la mejor intención del mundo, uno puede causar mucho daño por ineptitud.

Quizá mi mariposilla no habrá sufrido en vano, si estas palabras y fotos os hacen reflexionar conmigo.

Oruga de mariposa (Iphiclides feisthamelii)

Crisálida de Iphiclides feisthamelii

Iphiclides feisthamelii, apenas salida de su crisálida

Iphiclides feisthamelii, con los restos de crisálida a su derecha

1 comentario en “Mundo cruel (I)”

  1. Estás llena de poesia. Qué bien escribes y que buenas observaciones y sentimientos.
    Todo precioso, hermanita.
    Sigue escribiendo, no lo dejes.

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