Diez años

Soy mala para situar eventos en el tiempo, pero el 5 de mayo del 2015 lo tengo esculpido a cincel en la memoria. Hacía un calor de mil diablos, en Mayo! Pero quizá entonces sentía el calor de otra manera. Quizá si pasase hoy me parecería un calor relativamente soportable. El caso es que en aquél entonces, lo de lidiar con la mudanza fué un calvario tan real como el nombre de mi calle. Pero se hizo y así empezó la nueva etapa de mi vida.

Los claros del bosque del Valle se llenaron de flores tras las lluvias de marzo y abril 2025

Hasta cierto punto, estos diez años, dos meses y 24 días, no me han bastado para reintegrarme totalmente en mi ciudad. Mis recuerdos del tiempo anterior a Bruselas aún me condicionan lo suficiente para ver en Murcia un lugar que no me cuadra del todo. No sólo eso, la vida en Bruselas también cuenta. Allí me acostumbré a cosas que aquí simplemente no cuadran. De joven, supongo, no me daba ni cuenta de hasta qué punto el boca a boca es necesario para estar al tanto de lo que se cuece o se ofrece a nivel de actividad cultural y social. O la radio, la radio también es fundamental. Si no te enteras, un día vas a Murcia y te encuentras la plaza de Belluga ocupada por un concierto multitudinario que no viste anunciado en ninguna edición digital de los periódicos locales que ojeas cada día. O simplemente, bajas a Santo Angel o La Alberca y te encuentras las fiestas patronales, que ni idea tenías. A 300 metros de tu casa. me entero generalmente por los castillos de fuegos artificiales por la noche. Y me digo: voy a ver si encuentro el programa de fiestas. Nada. Hay sitios web de las pedanías. Con información siempre obsoleta. En mis tiempos jóvenes no había internet, pero estábamos al tanto, porque papá tenía red de boca a boca y además ponía la radio todo el día. Ahora tenemos internet, pero da igual. Como si no lo tuviéramos, al menos para estas cosas. No se para qué se molesta la gente aquí con las páginas web. La de empresas a las que parece bastantes una página con cuatro párrafos de texto y un número para llamar, que muchísimas veces ni responde por aquello de la portabilidad y las ofertas de las telecos.

Paseos por la ladera sur de la Sierra, en abril, tras las lluvias de Marzo y Abril 2025

Si os extraña que me fije en este curioso aspecto de la vida murciana, también me extraña a mí. No sé exactamente por qué le doy esta importancia. Quizá sea porque desde que me vine a vivir aquí, vivo en condiciones de relativo aislamiento del mundo. Mi casa es mi ostra, que se dice. Salimos poco porque no se nos echa encima. Al contrario. Otro gallo cantaría si viviese en un piso en el centro.

Desde luego, otra cosa que contrasta enormemente con mi vida anterior es que habitar el centro significa que se coge el coche muy poco. Quizá por eso tenemos un problema gordo con los señoros que se realizan personalmente al volante. Quieren conducir, aunque no haga realmente falta. De ahí el escándalo de la reorganización de un tráfico demencial que parece no tener arreglo, en la medida en que el consistorio conservador revertió en buena medida los esfuerzos del socialista anterior, bajo la presión de los señoros del cochazo. El caso es que con autobuses excelentes de recorrido pero pésimos de frecuencia, bajar a Murcia para mí es un calvario tan real como el nombre de mi calle (otra vez). Tengo una linea de contabilidad reservada a aparcamientos. Aparte de esto, lo de los s señoros y señoras al volante en esta mi tierra es de juzgado de guardia. No puedo entender cómo diablos reparten aquí los permisos. El murciano al volante pasa de todo. Y si conduce un tanque Boí dado, entonces ya se trata literalmente de un peligro público, Se ve que la tradición murciana que recuerdo de no pagar las multas, que no te pasa nada, sigue gozando de buena salud.

Esl caso es que si bien en mi jardín del monte es difícil enterarse de lo que se cuece en Murcia, mme consta que es más de lo que parece, aunque solo sea por lo que me llega a todo pasado. Otra cosa no, pero actividades, conciertos y festivales los hay muchísimo más que en mis tiempos jóvenes, menos que en otras ciudades, quizá, pero por ese lado Murcia ha avanzado mucho. Pero hay que enterarse a tiempo. Cómo? No me queda claro.

Bichitos de mi jardín, fotografiados en 2025

Pero muy a menudo me digo que tengo a mano más espectáculo y más disfrute sensorial del que pueda soñar ningún murciano urbanita. Un disfrute cotidiano. Cada día. Veo cosas que vosotros, los urbanitas de la ciudad que sea, no podéis ver. Cosas cuya ausencia seguramente juega un papel relevante en vuestra necesidad de huir del asfalto de vez en cuando. Por ejemplo: desde que llegué, no hay noche, sea la estación que sea, en que no salga afuera a mirar al cielo y ver las estrellas antes de irme a dormir. En vuestras ciudades, echaréis la testa a la nuca para ver las estrellas y no veréis ni una, salvo que haya apagón. Murcia crece, la contaminación lumínica que las enmascara sigue aumentando, pero aún veo la estrella polar, las principales constelaciones y los planetas, excepto cuando hay nubes. Hace algún tiempo leí un artículo sobre esto: la pena que da que los niños crezcan sin poder ver las estrellas cada día. Me hizo pensar en las cosas que perdemos y en las que les negamos a los niños, que no tienen conciencia de lo que pierden. Ni los niños ni los adultos. Es como esa gente que sube videos a Tik Tok buceando en Maldivas, maravillados de la vida marina y tal, cuando lo que se ve de fondo es un arrecife muerto. Shifting baselines es un término inglés que describe este fenómeno. Para esa gente, esos fondos son preciosos porque no los vieron vivos como estuvieron hace décadas, sin que hayan podido recuperarse. Igual les debe pasar a esos ingleses que buscan casa en el Mar Menor con ayuda de una simpática agente inmobiliaria, en el programa cotidiano de Channel 4 «A place in the sun». Murcia sale cada dos por tres, porque los buscadores de casa suelen apostar por qué les encuentren el pisito de vacaciones por cuatro perras, pero cuidado, que haya sitio para que se vengan los cuatro nietos.

Flores del bosque, 2025

Ahora bien, una cosa el la ciudad y la costa, otra muy distinta el resto. No tengo realmente recuerdos más que de Sierra Espuña, acampando con las Alitas del Carmen, con 12 añitos o así. En aquellos tiempos, en Murcia se acampaba, se escalaba, como hacía Jose, pero esto se limitaba a gente de medios y gente que sabía dónde ir. Ahora, lo que hay es una notable multitud de ofertas para disfrutar sitios, parajes, entornos, que en aquel entonces estaban reservados a los iniciados. Desde que volví he aprendido de sitios maravillosos que han dado para excursiones memorables y que creo haberos contado en este blog o por otra vía. No me extenderé aquí en ello. Simplemente notaré que ha habido dos caras del reencuentro con Murcia, para mí: la de una ciudad que no me cuadra, y la de una región a descubrir que realmente encierra bellísimos rincones, restos de civilizaciones asombrosas, antiquísimas. Es por ahí por donde fluye ese orgullo tonto de mi murcianía, la de haber nacido en una región muy bella, aunque no haya tomado consciencia de ello hasta estas horas.

La Almoloya, sala del primer parlamento. Civilización argárica (2 200-1 550 AdC). Pliego. Visitada en marzo 2019.

Entre tanto, cada día disfruto de mi jardín. En el sitio de ciencia ciudadana observation.org tengo 221 observaciones de 91 especies desde que me vine a vivir a Murcia. Observar, y si es posible documentar, es mi día a dia. Ayer mismo me entretuvo un combate aéreo entre Red y una intrusa que duró al menos 10 minutos. Red es una libélula roja. Como todas sus congéneres, esta rojilla se planta en el suelo y levanta el trasero apuntando precisamente hacia el sol. Vive en los bordes de la piscina, y parece que vuelve cada año, pero no. Una libélula vive al máximo 56 días, leo en la web. De modo que cada año, Red es una libélula diferente. Pero cada año hace exactamente lo mismo. Y ayer, vino otra – no roja – a beber y Red se dedicó a acosarla ferozmente en pleno vuelo mientras la otra maniobraba asombrosamente para tocar la superficie del agua y beber sin dejarse pillar. Lo consiguió admirablemente una buena docena de veces. Me recordó las películas del Barón Rojo y los ases del aire. Hubiera querido filmarlo. Saciada la sed, la intrusa desapareció y Red volvió a posarse y levantó como siempre el trasero hacia el sol. Generación tras generación, las Red vuelven cada verano a hacer exactamente lo mismo que sus ancestros, como si llevaran un chip de piñon fijo. Asombroso. Y siempre es una. Una sola. Una que dice: esta es mi piscina, es mi herencia, y aquí no bebe nadie más porque esto es mío y no me da la gana de compartirlo. He dicho.

Libélula (Crocothemis erythraea) – La llamo Red

Luego están los papamoscas. Hace tiempo escribí sobre la familia de piquituertos que venía a beber a la piscina en grupo cada tarde. No sé dónde se han ido. Claro que aquellos pájaros ya debieron pasar a mejor vida, pero a diferencia de lo que pasa con Red, después no han venido otros. Ahora vienen papamoscas. Y beben aunque estemos metidos en el agua. Dice mi Paul que no nos ven como amenaza, igual se creen que somos patos u otra especie acuática que no les pone en peligro, pero además, dice, es que saben que cuando estamos nosotros, los gatos de la calle no están. De modo que pueden acercarse a beber con total confianza. Los papamoscas son unos pajaricos escuchimizados que tienen un canto muy cuqui, básicamente consiste en decir repetidamente «Chíchu!». El otro día pude filmar a uno en el cable porque se quedó allí cantando sin importarle que me pusiera justo debajo suyo. Pequeños, escuchimizados, pero sin complejos, los papamoscas.

Piquituerto vs Papamoscas

Y qué decir de los autillos. Este verano hay uno que cada noche se planta en el pino alto de la casa de enfrente. Lo oigo cerca, al mismo tiempo que oigo un escandaloso croar de ranas al otro lado de la vaguada. Y también hay un mochuelo. El grito del mochuelo es horrendo. Es como una exclamación de terror pánico. Cuando lo oí por primera vez, me asusté. Pero por suerte lo vi parado en la sombrilla del vecino y le oí chillar. Comprobé su canto en internet y dejé de preocuparme. Pero si hay un sonido que me encanta oír es el de los cernícalos. Año tras año, en primavera. llega una pareja a criar aquí. Gritan cuando salen a cazar para los pollos y cuando los oigo salgo a verlos volar imponentes, aprovechando las termales para elevarse hasta que no son más que puntitos en el cielo. Creo que estamos de enhorabuena, porque ni no me equivoco, este año habrían sido dos parejas las que vinieron a criar. Indica que éste es lugar de abundancia.

De los sonidos nocturnos del jardín hay que destacar los grillos, que no se oían el año pasado para nada. Este año, por ahora si se oyen, pero habrá que ver qué pasa cuando de verdad apriete el calor, porque ahora mismo, finales de junio, las noches aún son agradablemente frescas.

Otros visitantes asiduos del jardín, fotografiados en 2025

Si vives en un entorno de chalets, oirás ladridos quieras o no. No hay otra que programarse el cerebro para ignorarlos, aunque es difícil cuando se ponen los perros de los nervios porque pasa uno de paseo con su dueño. Al menos no se trata de la loca del colegio de Santo Angel que pone orden en el recreo por megafonía. Hubo que quejarse y llevan semanas sin molestar. Amén.

Los gatos. Son ellos los que mandan en mi vida, y me someto con mucho gusto. Son familia, y no hijos, sino hermanos menores, compañeros, amigos. Mi Gene nos dejó en Marzo pasado tras una larga enfermedad, pobrecito mío. Le echo mucho de menos. Su hermana Gem sigue haciendo de las suyas, ahora también ella enferma, menos grave, afortunadamente. Ha encontrado su modus vivendi con la colonia de la calle, que me espera cada noche con el rabito levantado a que les dé su cena, incluida la diminuta Olivia, que ahora lleva mi chip, aunque siga prefiriendo reinar en la calle. Bolita, por su parte, se refugia en el rincón del jardin bajo la parra virgen, y no le gusta el aire acondicionado. Murciana de pura cepa, se ríe del calor con la sabiduría ancestral del gato que sabe encontrar su sitio para estar cómodo sin artificios. Cada noche, Bolita viene a reclamar su ración de caricias cuando me voy a la cama. Se me aposenta encima cuando estoy tumbada y cuando me remuevo al cabo de un buen rato sabe que la sesión ha terminado y tranquilamente, se va del cuarto. En invierno, le gusta aposentarse encima mío cuando tenemos la chimenea en marcha, y creedme que Bolita es medicina para el alma cuando ronronea en tu regazo. Te reconcilia con un mundo desesperante y sucio. Es luz y pureza.

Gem (aka Chicken), Bolita y Olivia

Todo esto intento reflejarlo en escritos y fotografía, que os comparto con la esperanza de que captéis al menos un poco de mi disfrute, como también de mis sinsabores murcianos. Pero al fin y al cabo, mi balance es feliz. No ha habido ni un minuto de mi vida en el Jardín en el que me haya arrepentido de volver aquí. La edad avanza y, sorprendentemente, achaques tempranos van dejándose ver. Una fractura de estrés en el pie y un codo de tenista me tienen de médicos. Es ley de vida. Pero ahí seguimos, disfrutando del Jardín, con sus flores, sus bichejos, sus sonidos, sus cielos estrellados bajo los que es una delicia refrescarse en el agua antes de irse a dormir. Lujos que no tienen precio y que lamentablemente, no se pueden disfrutar a menos de que uno abra los ojos y el corazón a la luz de esta tierra, mi tierra madre.

1 comentario en “Diez años”

  1. Querida hermana, como decía Mahler, has creado una sinfonía, la descripción de un universo, que es tu jardín. Una frase sobre todo: ni un minuto me he arrepentido de volver a mi tierra madre. Tu diario es por ello universsl y eleva nuestra Murcia a un nivel muy digno. Ah, y gracias por evocar mis escaladas. Un besazo.

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