El 21 de marzo es el día internacional del bosque. Me acabo de enterar, lo confieso. Una vez mas, afloran esos extraños hilos invisibles que, como si fuera una polichinela, me han llevado a hacer un diario del virus en torno a las flores de la vecina pinada, ese espacio cuyo valor – en cualquiera de sus facetas – es inconmensurable.
La flores que comparto estos días las puedo llamar por su nombre gracias a la maravillosa gentileza de dos compañeros ecologistas de ANSE, Alvaro y Javier, que saben mucho de plantas y flores. Lo mío es la zoología, en particular los animales marinos, y los bichejos de aquí. En botánica, aunque voy aprendiendo, estoy aún muy pez (nunca mejor dicho). Gracias mil a los dos, sois unos máquinas. No me cansaré de repetir que el trabajo de ANSE es una fuente de orgullo para mi sentir de murcianía. El que tengamos en este Jardín una tal cohorte de jardineros me llena verdaderamente de orgullo.
Y es que hay que saber muy bien de qué podemos sentirnos orgullosos y de qué no. No estoy orgullosa de nuestras autoridades locales ni regionales (es imposible estarlo para cualquier persona con más de una neurona en el cráneo). No estoy orgullosa de muchos aspectos de nuestra sociedad murciana, sobre todo el clientelismo y la caciquería que reina por doquier, caldo de cultivo ideal para esa lacra que es la corrupción. Tampoco me enorgullece la exaltación de lo palurdo como seña de identidad. No es lo mismo dominar el panocho – que hablado con conocimiento y talento es algo precioso – que malhablar el castellano por ignorante y por dejado, encima jactándose de ello. He conocido desde pequeña gente muy humilde que no conjugaba bien ni sabía de concordancias gramaticales porque nunca pudieron estudiar, porque estuvieron desde pequeños destripando terrones para poder comer: Juan y Juana, los aparceros de Sangonera la Seca que nos hacían unos arroces de leña inolvidables. Y el Agustinico, su hijo tartaja pero espabilado que terminó trabajando en correos. Mi amiga Toñica, la menor de la familia de labradores vecina nuestra del campo, compañera de juegos de mis veranos. La Dolores y su Félix, los otros vecinos del campo. Los primos, vecinos y trabajadores de La Raya: los devotos, la cuadrilla de los Gregorines, que empleaba a veces mi abuela Pura. Paco, el del almacén de abonos de los abuelos paternos, que siempre me saludaba haciéndome cosquillas en la tripilla al tiempo que imitaba un gruñido de gato que araña. Esa gente sin estudios tenía la sabiduría de las manos manchadas de tierra y picadas de ortigas y la ciencia ancestral de las cabañuelas. De ellos he aprendido mucho. Pero hoy veo demasiada gente a mi alrededor – por no hablar de la detestable y ubipresente telebasura – que ha estudiado y no ha aprendido nada, y lo único que parece identificarlos culturalmente como murcianos es el ansia con la que piden morcillas a los de las carrozas del Bando de la Huerta. Y lo siento, pero no me gusta nada lo del acho pijo. Me parece una gilipollez. Muchas otras cosas merecen convertirse en seña de murcianía mil veces más que una coletilla borreguil. Lo de borreguil es, de hecho, lo peor de todo.
Mi familia materna fue huertana, de la pedanía de La Raya, y la de mi padre, crevillentina, también de humildísima extracción. Mi abuelo paterno, que nunca conocí, tenía un almacén de abonos – ahí trabajaba Paco el del gato – y quebró quedándose prácticamente en la miseria, porque el banco le cortó el crédito, según me contó mi padre con un destello de cólera en los ojos al recordarlo. Los bancos: esos perennes surtidores de «bienestar social» que los hacen dignos de la protección incondicional del Estado con el dinero de los impuestos o con una deuda depredadora si hace falta. Hay cosas que parece que nunca cambiarán, como no espabilemos.
Por cierto que Papá murió un 19 de marzo, y en estos días hubiera cumplido 101 años. Ayer estuve pensando mucho en él. Y por supuesto, en Mamá.
De familias pobres por ambos lados salieron Mamá, maestra de escuela, y Papá, abogado y profesor de derecho político. Mamá quería estudiar medicina, pero los abuelos no pudieron costearle esa carrera. Estudió magisterio, pero también se sacó el título de enfermera puericultora. Menuda era mi Emilia. Su hermana menor, la tía Carmen, fue una de las pioneras estudiantes de la facultad de derecho de Murcia. Murió de parto al dar a luz a mi prima Pura. Mamá también perdió a otro hermano, Víctor, piloto del ejército, en accidente de aviación en Mallorca. De cuatro hermanos quedaron ella, la mayor, y mi tío Pepe, el menor, que sigue a sus muchos años tan lúcido como para ser de los últimos depositarios de la genuina sapiencia huertana, licenciado en derecho, empresariales y turismo, nada menos. Mis abuelos maternos hicieron que todos sus hijos tuvieran estudios superiores. Todos.
Mamá nos crió con pañales de rhovil, un tejido sintético de reciente aparición en aquél entonces en el que no agarraban las manchas de los pequeños meones y cagones y que además secaba rápido. «Yo te crié con dos piquicos de rhovil», me dijo un día. Es curioso de qué cosas guarda uno recuerdos literales. La perdí con 15 años, pero no antes de que me diera un inmenso arsenal de instrumentos para ser feliz. De hecho, Mamá dio su vida por la patria. Murió de una septicemia de meningitis fulminante que sin duda alguna le pasó uno de los críos del colegio de La Paz en Vistabella a los que daba clases de primaria. El niño portador le debió pasar una carga viral muy alta que – maldita suerte – le pilló recuperándose de un resfriado con las defensas bajas.
Pienso en aquella mujer bellísima, hija de huertanos a los que dedicó un retrato en Alemán, lengua que estudió sin saber si algún día pisaría Alemania. Le costó una trifulca monumental con Papá que éste aceptara llevarla consigo a un seminario de formación que les ofreció la CDU en Bonn a sus correligionarios democristianos españoles de Izquierda Democrática (Partido con el que Papá fue candidato) en preparación de las Constituyentes del 77. Mamá se puso furibunda a niveles de lo nunca visto y a Papá no le quedó otra que ceder. La veo en las fotos tomando apuntes en un aula de la fundación Konrad Adenauer, pero también sentada en un barco de paseo por el Rhin, en el colmo de la felicidad que da ver cumplido un sueño de lustros que parecía un imposible. También recuerdo a Mamá entusiasmada hablando en casa de la mejora que traería la EGB, y en general de lo que suponía como misión enseñar a los niños de una de las barriadas más pobres, descuidadas y olvidadas de nuestra ciudad. Y pienso que si lo que hoy estamos pasando le hubiese tocado a ella, ahora mismo estaría en el frente y lista para morir enferma antes que dejar que nadie quedase desasistido. Y como era de una inteligencia y sabiduría superiores, hubiera salvado vidas, incluida la suya propia, al no cometer ninguna estupidez ni imprudencia. Su trágico final fue un golpe de horrible infortunio, pero en su corta vida nos marcó tanto que personifica la idea de que el espíritu puede ser inmortal gracias a un legado legendario e imperecedero.
Papá, hijo de marchante de abonos arruinado, compaginó estudios y trabajo para ayudar en casa desde los 14 ó 15 años. Su padres lo habían mandado a estudiar de pequeño al seminario de Orihuela, donde le retrataron muchas veces vestido siempre con hábitos de monaguillo. Ya creo que conté en otra ocasión que el pícaro de Juanito al final se reconcilió con la idea de que le gustaban demasiado las chicas como para ir de cura por la vida. Picarón. De casado, además de cinco hijos tuvo tres trabajos simultáneos: la universidad, el despacho de abogado en casa y la asesoría jurídica de la Comisaría de Aguas. Sus clientes de abogacía le pagaban a menudo con pollos, pavos o conejos. Vivos. Otra escena memorable de casa fue cuando Mamá se plantó y le exigió que no aceptara tales pagos a menos de que el pobre bicho viniera RIP y pelado. No eran tiempos para veganos.
Papá fue un hombre bueno, cuyas penas y dolores, y las que también causó a otros, vinieron principalmente de un catolicismo militante y a veces intolerante por el que antepuso a veces principios dogmáticos a humanidad y compasión (oh paradoja) en el trato con sus allegados. Fueron errores que causaron innecesario conflicto en la familia. Pero el caso es que a fin de cuentas, Papá fue una persona buena y decente a pesar de sus fallos. Un demócrata convencido y muy buen jurista. A él le debo tanto o más que al resto del claustro de derecho todo junto. Mi trabajo jurídico en mis años de servicio público siempre fue sólido. No me doy autobombo. Era mi deber. Pero siempre me reconocieron una preparación excelente los que trabajaron conmigo. Y se lo debo mayormente a un Padre que supo guiarme durante mis años formativos con una estrategia clara: avivar el potencial y ayudar a que sea el individuo en formación quien identifique por sí mismo lo que hay que corregir y reencauzar. Parece simple, pero no lo es. Papá no me dio clase pero sé por mis condiscípulos del turno de tarde que se le apreciaba mucho como profesor.
Acaba de empezar la primavera. Hace un tiempo ventoso, desapacible, falta luz y encima no llueve, que sería al menos un consuelo para esta tierra tan expuesta a la desertificación. Del silencio me ha surgido el recuerdo de esos dos rostros querídisimos y añorados, y con ellos, la estampa de una Murcia poblada de gente a la que no se le ocurría ir gritando acho pijo por la calle. De hecho, aquella gente es que no gritaba por la calle, porque entonces se tenía claro que hacerlo es una falta de educación. Mucha gente que, como Juan y Emilia, hizo honor al esfuerzo de sus familias formándose y empleándose en las aulas o despachos con el mismo vigor que sus padres y abuelos pusieron en labrar la tierra, fabricar escobas o vender abonos, sin complejos, sin bravuconería y sin ninguna ostentación.
Y entonces miro esas dos florecillas de Cimbalaria muralis, de nombre común Picardía o Hierba de Campanario, y me imagino que son ellos, espíritus hermosos, que me están mirando, y me lanzan besitos. Ellos vivieron una terrorífica guerra fratricida, y salieron adelante. Reconstruyeron un país aplastado a pesar de vivir bajo un dictador asesino, y no gracias a él, como mucha ignorante, descerebrada y en general mala gente piensa. Nos dejaron claves para acometer la vida con humanidad, discreción, compasión, empuje y sabiduría. Ahora, cada vez que vaya al monte y vea Picardías, sabré que me acompaña la sonrisa de mis padres iluminándolo todo hasta en los momentos más oscuros.
Así que cuidáos mucho y a vivir, lo que nos toque, pero a vivir bien.
Querida hermana pequeña, he leído emocionada la semblanza de los papás y veo que debo añadirte el buen humor de mamá y la inteligente bondad que manifestaba en todas sus actuaciones. Era su amor por su familia y su generosidad son límites lo que recuerdo con más afecto y lo que echo de menos, aún hoy que han pasado casi 43 años sin ella. Papá era otra cosa pero si que recuerdo su honestidad por encima de todo y su fe un poco intolerante, que gracias a mamá nos nos dejó huella, sino que nos permitiò ser reflexivas en nuestros juicios sobre la religión. Yo echo mucho de menos a mamá, más de lo que parece y solo me sirve para tratar de ser como ella con mis hijos y mis nietas ya que excepto Mariemi y solo con 2 años, la conociò. Me da mucha pena que su muerte encima, no nos permitiera seguir reuniéndonos alrededor suyo y ser una familia feliz cuando los nenes venían en vacaciones a la casa de la Gran Vía o al campo en verano. Bueno no quiero seguir pensando cosas tristes por haberla perdido tan joven, a sus 52 años y empezando a disfrutar de la vida con sus hijos encauzados y su hija pequeña haciéndoles compañía. Sé que estos días de confinamiento yo me los hubiera saltado para ir a verla y estar con ella un ratico, ara volverme a casa con el espíritu alegre y sintiendo sus besos y abrazos …. En fin hermanos, que os quiero y espero que el virus este pase y nos podamos reunir y darnos besos y abrazos pensando en los papás tan estupendos que tuvimos aunque la madre por tan poco tiempo. Gracias Fuen querida por revivir su recuerdo, vuestra hermana mayor que os quiere Mari
Gracias Mari, por contribuir a estos recuerdos y añoranzas. Podria escribir al infinito sobre los padres, y siempre me quedaría corta. De hecho, nunca dejaré de hacerlo. Ninguna de mis semblanzas será nunca completa. Es bellísimo poder compartir, poner en común estos sentimientos que nos acercan y que avivan el cariño, que de por sí ya me rompe el pecho, por mi familia. Gracias de nuevo, hermana mayor. 🌺🌹🌸 ❤️❤️❤️❤️❤️
Llevo un rato llorando, emocionada al leeros. Gracias queridas hermanas! S
Qué suerte hemos tenido con nuestros padres y con la familia estupenda que crearon, de las que vosotras dos sois buen ejemplo.
Un beso muy grande, con muchas ganas de poder veros pronto y compartir nuestros recuerdos.
Os quiero mucho,
A mí también me emociona mucho leer las cosas que cuentas sobre los abuelos. Especialmente sobre la abuela, a quien no tuve la suerte de conocer… Sería bonito que recopilemos todas esas historias en algún sitio, un librito para la familia. Quizá estos días de recogimiento sean un buen momento, porque tiene pinta de que esto durará varias semanas.
Un abrazo grande!
Que precioso Fuen!!
Me ha emocionado mucho, me ha hecho acordarme del abuelo, de su empeño por hacernos leer la Biblia … no se cuantas nos regalo, el evangelio en cómic, la biblia para los niños … pobre en casa nunca se leyó ninguna jejwj.
También le recuerdo en la casa del verdolay sentado en su sillón fumando bn sin parar con un cenicero con pie y hablándome de fútbol, es verdad que es raro la forma en que la cabeza y el corazón eligen los recuerdos.
Recuerdo de él muchísimo cariño y las ganas que tenia de venir a verme a Granada y como me lo repetís siempre por teléfono.
De la abuela no tengo recuerdos, obvio, pero si siento un montón de amor hacia ella, supongo q es amor heredado, de hecho hace tiempo escribí sobre ella a raíz de que Jadicha me regalara un foto suya en la que parece una Estrella de cine.
Esto es lo que escribí :
Mi abuelita Emília, mas guapa no la hay… sin haberla conocido la quiero a morir, de ella me cuentan que era maestra y que conocía todos los secretos de la huerta y sus frutos. También que fue de las primeras en salir a las manifestaciones anti fascistas de la transición. Mi tía Fuen, la pequeña, dice que cogía la plancha y se la metía en el bolso por si tenía que defenderse de los grises y se la llevaba de niña a las manis .
Por mil historias como esta, por verla reflejada en mi madre, en mis tías y mis primas la tengo que querer aún sin haberla conocido.
Un beso enorme y que estéis bien y sanxs
Gracias Cristina! Qué recuerdos tan bonitos. No la conociste, pero creo que tienes muchos trazos suyos. La valentía y el tirar palante sin perder un átomo de generosidad y empatía. Cuidate mucho, preciosa.
Muuuuaaaaa
Y vosotros!! Besos a Los dos y a los gatillos