Diario del virus – día 1: La Jara y la abeja

Como empezar? Retomar el blog que no toco desde año nuevo, en estas circunstancias, es embarazoso, y a la vez, hay una lógica aplastante en el hecho de usarlo para intentar plasmar esta experiencia de toque de queda por la que, desgraciadamente, nos toca pasar a todos. A diferencia de mucha gente que anda proponiendo muy ocurrentes ideas para entretenerse durante la cuarentena, a mi no me hace falta ni siquiera este blog. Primero, por temperamento, porque tengo la suerte de no aburrirme nunca, de disfrutar haciendo nada de nada.

Segundo, porque si me fallase el primero, tengo aficiones como la fotografía, la escritura, el ganchillo, el bricolaje, la cocina, la lectura, los atracones de series (incluso las malas), la astronomía, estudiar piano (en esto soy un desastre y muy vaga, por cierto. Debería aplicarme muchísimo más). En fin, que no me puedo aburrir aunque quisiera.

Tercero, porque tengo la inmensa suerte de vivir en un jardín, en sí mismo una parcelita del Jardín (con mayúscula) que es esta mi tierra. Mi trocito es pequeño pero suficiente para permitirme pasar todo el día si quiero al aire libre. Pienso en toda la gente confinada en pisos y aprecio cada minuto de la fortuna inmensa que disfruto.

Pero esto, los que me conocéis ya lo sabéis y os estoy aburriendo. Así que al grano. Me apetece escribir. Para empezar este diario, he de poneros en antecedentes. Presagios los he tenido desde el mismísimo día de fin de ano que se publicó la primera noticia de que en China habían empezado a registrar casos graves por infección de un virus nuevo en un mercado de abastos de Wuhan. Me dije «(taco enorme censurado)… en China, en un mercado concurrido. Esto no va a haber quien lo pare. En nada lo tenemos aquí».

Se lo dije a Paul, y no recuerdo que me hiciese mucho caso. Es muy flemático, como todos sus compatriotas.

La cosa empezó en serio a sonar en los medios y redes unas tres semanas más tarde, con la tela de los evacuados.

Una tarde por aquellos días estábamos viendo la tele cuando oímos un ruido de golpe violento, un «bang» que no localizamos en un primer momento de dónde podía venir. Buscando por la casa, encontramos una escena que francamente no se me borrará nunca de la mente. Una de mis terrazas es amplia y abierta y tiente forma de gran balcón con baranda de obra salvo en los dos extremos, donde se pusieron cristales. En la terraza encontramos dos mirlos tiesos por tierra. Muertos.

Mirlos hay muchos siempre por esta zona. Estos dos pájaros estaban seguramente en pleno vuelo de persecución o acrobacias o lo que sea que hacen en época de apareamiento, entraron por la parte oeste de la terraza en vuelo descendiente, y se estamparon contra el cristal de la fachada levante. No lo vieron. El impacto fue mortal. Durante un microsegundo tuve la tentación de hacerles una foto. Sabía que terminaría contando el incidente aquí. Pero fue sólo un microsegundo.

Una vez más, me pasan cosas que no puedo sino hilar en mi cabeza como si acontecimientos en apariencia espurios estuvieran todos entrecosidos con hilos invisibles pero muy reales. Estas cosas que pasan en la cabeza, como bien sabe Harry Potter, no son por ello menos reales.

Qué sentimiento de impotencia y tristeza me dio ver a las dos pobres merlas tiesas en mi terraza. Y qué mal augurio. Porque lo suyo fue un accidente total, pero nuestra humana colectiva hostia contra el cristal no es porque no lo veamos, sino porque no nos da la real gana verlo.

Me vais a tener que perdonar. Ha sido regla mía desde el principio escribir para entretener y alegrar, y todo lo que aquí va hasta ahora es bastante deprimente. Es cierto que en mi caso juegan varios otros factores que no deseo compartir, pero que hacen que este primer trimestre haya que archivarlo en la sala negra de lo que uno desea olvidar cuanto antes. Y encima el virus.

Pero las cosas son así. Cuando pasamos por momentos malos es necesario aceptarlo e incorporar el dato, aprender, pulirse el corazón y limpiar los velos y las telarañas que se acumulan inevitablemente en los ojos de la mente. Sólo así podremos volar en esta vida sin estamparnos contra obstáculos que no vemos cuando de hecho ahí están, bien visibles.

Y es que si hay algo que tengo claro en esta crisis es que se trata de un monumental pescozón, un pescozón para que espabilemos. Espabila, especie cretina! Y soy optimista. Recuerdo algunos pescozones que recibí de pequeña con mucho cariño por el bien que me hicieron y aun me hacen. Creo que no todo el mundo, ni mucho menos, pero sí un gran número de entre todos nosotros va a reflexionar seriamente, por fin, sobre la fragilidad de nuestra sociedad y las causas de tal fragilidad. Muchos vamos a entender que hay que repensar las prioridades, recalificar de inanes cosas que teníamos por importantes, y focalizarnos en otras que incluso nos la traían muy pero que muy floja. Esta crisis nos retrata, nos fuerza a mirarnos al espejo, si o si.

Asi por ejemplo, quien haya estado quejándose de que vengan refugiados de guerra y hambrunas a llamar a nuestra puerta, que reflexione y recuerde que aquí, a «los de aquí» nos filmaron peleándonos a guantazos por un paquete de papel higiénico.

Espabila humano.

Fijaos, estamos encerrados en casa, pero hay que saber que el monte está en flor. Que las desastrosas lluvias de las DANAs sucesivas que nos han afligido desde septiembre pasado han dado paso a una profusión de color y vida hermosísima. A pequeña escala, esto también nos demuestra cómo todo lo que se mueve, desde el aire hasta la corteza del planeta, está en búsqueda eterna de equilibrio. Las pruebas están ahí, ahí mismo, en cada detalle por pequeño que sea, que decidamos observar.

Por eso he pensado que voy a ir poniendo en mis entregas imágenes que creo muy bellas de las flores silvestres del monte. No me queda claro si podré repetir estos paseos durante el toque de queda. Imagino que ir por un sendero del monte sin cruzarme con nadie no suponga un riesgo para la salud pública, pero también es cierto que si se ponen permisivos con esto, el Valle igual se pone como la Platería a la hora del aperitivo. Habrá que ver.

Como ya me esperaba el cerrojazo, salí a hacer fotos hace una semana, y las que empiezo a compartir hoy con todos vosotros son fruto de esa escapada por el sendero que lleva al fuerte en ruinas. Si yo no puedo ir a ver en vivo cómo evoluciona la floración de la entrante primavera, menos podéis los que me leéis en otras zonas lejana. Así que ahí os dejo al menos una impresión mínima con la que os invito a imaginar la maravillosa estampa del monte en todo su esplendor. Y habéis tenido que leerme hasta aquí – que paciencia tenéis – para que os confirme que mi entrega de hoy es una flor de la Jara (Cistus ladanifer) con una abejita de la miel libando golosamente y cumpliendo su indispensable obligación de polinizadora.

Mucho ánimo a todos, cuidaos mucho. Aprovechad este tiempo. Yo volveré pronto con la segunda entrega y con otra flor que os alegre la espera, y con reflexiones y anécdotas que ojalá puedan ayudarnos, a vosotros y a mi, a ir viendo siempre más claro esos hilos que nos rodean y que dan sentido a todo.

1 comentario en “Diario del virus – día 1: La Jara y la abeja”

  1. Grande escritora.
    Yo tampoco me aburro nunca.
    Todo lo real es racional y todo lo racional es real (Hegel).

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