Hubo un tiempo en el que tuve por jefe a un catalán imponente. Cuando se juntan una altura considerable con una circunferencia de cintura colosal, pasa lo que pasa, que la gente rehuye discretamente subirse al ascensor contigo. Un hombre muy grande en todos los sentidos, pero muy común por otra parte al compartir con muchos (y algunas menos mujeres, al menos entre mis conocidas) ser una persona cuya vida giraba total y absolutamente en torno a su trabajo. De tal modo que cuando el buen Luis se jubiló, tuvo que ir a terapia. Le dijo su terapeuta que escribiera sus memorias, lo cual él hizo. Hace algunos años ya que tuvo el detalle de mandarme una copia del librito impreso.
En mi caso, a pesar de haber vivido muy centrada en mi trabajo, a mi no me ha hecho falta terapia alguna tras jubilarme, porque además lo hice voluntariamente y muy por adelantado. Nadie me obligó. Dicen que el secreto está en tener intereses fuera del trabajo. Yo siempre los tuve, no hay duda de que eso ayuda. Pero lo que más cuenta es la aceptación de que NO PASA NADA si uno no tiene rutina, ni horarios, ni tareas recurrentes. Esas que mucha gente se impone para tener una sensación de control sobre la vida propia, y digo bien sensación.
Igualmente, creo que muchos no sabemos salir de esa idea tan manida que si uno no trabaja, si uno no es productivo, es una carga para la sociedad, algo que es éticamente reprobable. Ironía que esta idea la compartan alegremente las ideologías en guerra que son el comunismo y el capitalismo. Al final, ganase la una o la otra parece que íbamos a terminar todos de drones de colmena… Bueno, todos no.
Ironía no. Mentira. Una mentira tan grande como útil. Trabajar es encomiable. Nos forja y nos forma, y nos hace sentirnos parte de un colectivo. Sin duda. Pero no nos engañemos. La sociedad actual nos quiere cien veces más como consumidores que como contribuyentes al progreso de la humanidad. El progreso de la humanidad, de hecho, se entiende en la sociedad actual mucho más como crecimiento económico que como progreso en sentido estricto, que sea del conocimiento o del bienestar generalizado a través de avances científicos y sociales. Se entiende que éstos vendrán de por sí con una economía boyante. Otra mentira. Hay cosas que necesitamos, y mucho, como sociedad y que no son ni serán nunca rentables. El trabajador, hoy día, es más un problema para los que «mandan» que un actor de progreso. De tal modo que siendo consumidora me encuentro, éticamente, si bien cínicamente cómoda con respecto al contrato social que ahora mismo se nos impone. Y digo cínicamente porque soy plenamente consciente de que tal contrato es no solo un error para sus mismos promotores, por insostenible, sino esencialmente injusto y por tanto inmoral.
Me asombra que se siga predicando insistentemente la idea de que el crecimiento es sostenible, como si faltara evidencia de que los recursos de que disponemos son finitos. Ni siquiera el reconocimiento de que estamos en una crisis ecológica generalizada, causada por nosotros mismos, que además nos cuesta un capital aguantar, hace cambiar esa premisa letal de que la economía ha de crecer y crecer, en una huida hacia delante que no es más que un proceso de suicidio colectivo. Un ejemplo: me contaron ayer, sin ir más lejos, una conversación con un alcalde de una localidad murciana sobre el hecho de que el agua parecía salir del grifo con más presión últimamente, que bien no? El susodicho no tuvo peros en admitir que la corporación había decidido aumentar la presión en la red de aguas porque estaba perdiendo ingresos, ya que la gente se había tomado en serio eso de que había que hacer un consumo más responsable. Pues eso, agua para todos.
Leyéndome, pensareis que por fin me ha llegado a mi la hora de la terapia. Al fin y al cabo, escribo mayormente para mi misma, vista mi limitadísima audiencia. Pues no. Sepa el lector que me importa mucho, pero mucho más la calidad que la cantidad. En todo. A quien le guste escribir, hacerlo es en sí una recompensa, obviamente. Pero yo también escribo para mis pocos pero selectos lectores, que son mis amigos y familia. Y con eso me basta.
He estado mucho tiempo sin escribir este año. Se me pasó el verano y luego el otoño entre cuidar a Bolita Gatita y escribir un informe para la FAO. No, no tuve ningún impulso repentino de cumplir mi deber ético de producir y que me paguen por ello, contribuyendo al crecimiento de la economía. Nah, lo del informe fue porque me apetecía y porque quería algún ingreso extra para hacer mejoras en casa y darme algún capricho. Así de simple. El caso es que varias cosas me tuvieron bastante entretenida, y así dejé por un tiempo de ir a la caza (fotográfica) de bichos, pájaros y flores del bosque. Bueno, alguna foto sí que cayó en estos meses.
Hay que decir que también he tenido algo de tiempo empleado en fotografiar gatetes rescatados por Equipo Bastet, muchos de los cuales han sido felizmente adoptados. Otros aún esperan que alguien entienda lo que se pierde si nos los adopta.
El otoño, además, fue muy muy breve. Un ínfimo intervalo de entretiempo que siguió un verano largo. Aquí en el Jardín sabemos que ha terminado el verano cuando empieza a notarse claramente que refresca por la noche. Esto fue como a finales de Octubre. El invierno entra cuando hace frío por la noche. Y esto ha empezado a ocurrir bien entrado Diciembre, como corresponde. De modo que en el 2019 hemos tenido un mini otoño de unas cuatro o cinco semanas todo lo más. Nuestro invierno, por otra parte, es cálido durante el día. Tanto así que hay plantas tropicales en mi jardín hoy mismo que aún mantienen el follaje que otros años tiraron semanas atrás. Quizá se estén aclimatando, o quizá Murcia esté convirtiéndose en un Jardín tropical, diluvios incluídos.
Y si, tuvimos la tremenda DANA en Septiembre que por cierto, nos dio menos problemas en casa que otras gotas frías de años anteriores. Pero en los márgenes de los ríos murcianos, fue verdaderamente un desastre, por no hablar de su impacto sobre las zonas costeras. En medio de tanta miseria, viví dos cosas bellas: el aguante de un único y precioso nido de tortuguitas bobas en Calblanque junto al que pasé una noche de vigilia a finales del verano como voluntaria de la maravillosa organización que es ANSE (si no sois socios, haceos ya, y si no, ayudad cuanto podáis. Creedme, será una excelente inversión). Un nido de tortuga marina que no veíamos en nuestras costas desde hace literalmente más de un siglo, y que confirma la vuelta de estos fantásticos viajeros a nuestras costas porque también llegaron tortugas a anidar a las costas de Cataluña y Valencia. Pero en el caso del nido de Calblanque, fue casi un milagro que aguantara el diluvio, y ahora una veintena de tortuguitas están al cuidado del IEO en Valencia y Murcia, y cuando tengan un añito serán devueltas al mar. Una historia de alegría entre tanta desgracia.
La otra fue la movilización de mis amigas de Bastet y mucha otra gente para rescatar animales de las zonas inundadas. Caótico como siempre, pero un esfuerzo valiente y enternecedor. De hecho, la solidaridad humana en la desgracia es encomiable en este Jardín nuestro. Y eso hay que decirlo y recordarlo. Nos ayudamos mutuamente y reaccionamos como verdaderas personas, gente con corazón, que no gente de billetera o tarjeta de crédito para gastar. Son cosas que nos recuerdan que si que se puede tener esperanza de que un día reconfiguremos colectivamente la idea de progreso.
Es lo que deseo y os deseo en este fin de año (que no de década, cuidadín, eso será en la Nochevieja del año que viene): que empecemos ya. Pero ya mismo. Y todo empieza porque cada uno, individualmente, reflexionemos honestamente sobre nuestro papel: por una parte el que nos atribuyen y por otra el que quisiéramos tener. Sobre todo, deseo que nos arda a todos el corazón de amor, ternura y compasión. A partir de ahí, todo es posible.
Feliz fin de año. Feliz 2020. Felices y locos años 20. Os quiero mucho.
Me siento una lectora privilegiada de tus relatos y reflexiones.
Cuando aparece una nueva entrega en Este murciano jardìn, sé con certeza que pasaré un rato agradable con un texto lleno de sabiduría, de sensibilidad, humor y amor. Gracias y feliz año 2020 en Este murciano jardín.
Olé!!!! feliz año!!!!
PD: sobre el progreso, recomiendo el discurso de Rousseau sobre las artes y las ciencias y la obra de Serge Latouche sobre el decrecimiento económico
Yo, como Iona, soy una lectora fiel de tus preciosos escritos. Siempre me sorprendes con cantidad de cosas interesantes que aprendo leyéndote. Y me encanta lo bien que escribes y expresas tus ideas y tus sentimientos. Una artista inteligente, sensible y amorosa.
Sigue escribiendo, te seguiremos leyendo con deleite.
Feliz año nuevo Fuen!
Gracias Sergio! Espero que disfrutes con mis monólogos!