Mi Gene es un gato loro, de esos que adoran subirse a tu hombro y que les pasees de un lado a otro. Si pudiera, calzaría zancos, o mejor tacones – de 1,40 de alto, que es donde más o menos la altura de mi hombro. Y apenas se planta en él, ronronea con el ronroneo más sonoro que existe. Es cierto que lo tengo pegado a la oreja, pero os aseguro que no exagero. A todos los gatos les gustan las alturas, dominar el terreno, porque son muy territoriales.Pero de nuestros tres, sólo él insiste en subirse a mi hombro, a veces sin pedir permiso ni nada, trepando por mi pernera hasta que lo agarro y lo aúpo a «su» sitio.
Esta mañana, de día esplendoroso, como los que venimos teniendo desde hace ya semanas, he salido con el loro en el hombro a escuchar el coro de pájaros cantores que emana de cada copa de pino y cada cable de la luz. Es todo un concierto. Tanto es así que mi pequeña Mimi se queda medio hipnotizada, transía, que decimos los murcianos, escuchándolo.
Tengo pocas fotografías de aves de mi jardín. Es muy difícil pillarlas. Me llama la atención observar algo que los pájaros tienen en común con los peces de arrecife. Pasa que quieres una foto de ese pez colorido que revolotea junto a los corales en medio de muchos otros peces que no te interesan, y ves que todos siguen a lo suyo menos el que quieres fotografiar. Ése se larga corriendo o se esconde en una cavidad. Mi teoría es que tienen un mecanismo de respuesta/huída que lo desencadena el conectar con tu ojo, que por supuesto identifican con ojo de predador. Y responden igual si lo que les enfilas es el objetivo de la cámara, que debe parecerles un ojo gigantesco. El caso es que esto me ha pasado innumerables veces. No falla.
Pero con los pájaros es aún más curioso. Nada de levantarse, coger la cámara y salir al patio cuando ves uno apostado en la rama, si lo haces escampan ya mismo. Por eso he intentado la estrategia de apostarme y esperar, sin moverme, con un un tele poderoso en mano. Para mi sorpresa, ni modo. Aunque sean del tamaño de un gorrión y estén a más de 20 metros de ti, en el momento en que los enfilas, salen cortando. Es cierto que nunca paran quietos en la rama mucho tiempo, pero no falla, es justo en el momento en que les apuntas que se van.
De manera que toca aplicar técnicas algo olvidadas, visto que hace muchos meses que no buceo. No os riáis, que es en serio. Es todo cuestión de lenguaje corporal, que tiene que transmitir falta total de agresividad. Y para eso, hay un truco muy sencillo: pensarlo (no soy un predador, no te quiero hacer daño), relajarse, y de pronto, el bicho te mira a los ojos y se queda donde está, tranquilo, como si te leyera la mente.
Así he podido obtener estas lindas imágenes de dos pajaritos comunes en mi zona. La curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala), un pajarillo sedentario y cantarín, aunque relativamente poco vistoso, no así el colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros) , cuyas hembras tienen un plumaje discreto pero elegante, como la que veis abajo. Los machos son mucho más oscuros. Ambos pajarillos han estado asentando sus reales en las ramas de nuestra Wisteria Glicinia y se me han puesto amablemente a tiro del tele. Y es que nuestra parra virgen, justo enfrente de la Wisteria, está cubierta de bayas (como uvas pequeñitas, que para eso es una parra) que parece ser les gustan mucho. Da gusto verlos revolotear y ponerse morados, a dos pasos de mi salón.
La Wisteria es una trepadora que plantamos hace ya bastantes años. Hay que ser muy paciente con ella, porque puede tardar 7 o más años en florecer una vez plantada. A menos que se la injerte de glicinia, en cuyo caso, dicen, florecerá desde la siguiente primavera. Pues en nuestro caso, aunque nos la vendieron como injertada, no ha dado las flores prometidas hasta el año pasado, en que nos salió una (una sola!!!). Pero este año, ya tenemos varios capullos de racimos, y fue al lado de uno de estos que posaron nuestras avecillas, así veis pájaro y planta, preparados para una primavera muy temprana – si es que no está ya aquí.
No os podéis imaginar la ilusión que me hace que florezca mi wisteria. Si estáis en Murcia, pasaos por los toldos de flor que adornan el jardín de la avenida Intendente Jorge Palacios, en el tramo que está entre el hospital Reina Sofía y el acceso a la Plaza de los patos. Allí tienen Wisterias muy desarrolladas, y cuando florecen es un espectáculo. No dura mucho, así que no os lo perdáis. Otra Wisteria impresionante es la que hay en un solar a unos metros del famoso bar Alias. Totalmente abandonada a su suerte, pero con los pies en un canalete de riego, y con eso revienta de flores en primavera que es una maravilla. Me cuesta entender que no haya más jardines en esta tierra que luzcan Wisterias, cuando por otros pagos suelen ser la planta estrella. Es originaria de China y allí hacen unos maravillosos bonsai con ella. Yo a tanto no llego, por ahora. Nos estamos iniciando al bonsai con un minúsculo olmo y un ciruelo dulce. Son especies fáciles, para principiantes. Pero esta es una historia para contarla en otra ocasión.
Si buscáis imágenes de la Wisteria en google, veréis qué preciosidades tiene la gente en sus jardines gracias a esta planta de flores colgantes en largos racimos. La nuestra ahora mismo está engordando unos 7, pero yo espero que sean muchos más según vaya entrando la primavera. Por supuesto que compartiré fotos cuando las flores estén en sazón.
Estos días son una delicia. Estamos plantando tomatitos y pimientos, también fresas y enredaderas de flor. Estamos desarrollando esquejes de rosales bicolor que me dio mi tía cuando podó los suyos. Estamos viendo como plantas que parecen muertas renacen como el ave fénix – por ejemplo un clematis que nos regalaron en el vivero porque lo daban por perdido. A este paso, nos va a faltar espacio para acomodar tanta planta maravillosa. Esto es el jardín! Y cada año que pasa, se va pareciendo un poco más al paraíso.