En la pérdida de una tocaya desconocida

Una rosa para tí, tocaya. Buen viaje.

Acaba de pasar un coche por delante de casa con un megáfono instalado en el techo. No es un evento inusual. El camión del tapicero (Atención, AA-TENCION, señora), nos castiga con su serenata inaguantable muy a menudo. Hoy, sin embargo, se trataba de un mensaje muy distinto el que bramaba en bucle desde el megáfono: “Señores vecinos, ha fallecido la señora Fuensanta (omito los apellidos) antigua trabajadora de la estación sericícola de la Cuesta de los Caños. La misa…. el tanatorio…..el entierro…”.

Hace mucho que no voy a Italia, pero recuerdo cómo me llamaban la atención las necrológicas en forma de carteles pegados por las calles de Nápoles, con la foto del difunto en marco negro, y detalles de familiares, misas y entierros. No sé si lo seguirán haciendo en estos tiempos del twitter. Entonces, hablo de hace casi 30 años, los cartelillos tamaño folio convivían en paredes y tableros con las fotos sonrientes de candidatos a alcalde o concejal, pegados con la misma cola, de elecciones futuras o, pasadas, o ambas, que las tenían cada dos por tres.

En Singapur, donde estuvimos hace poco, pude ver una vez más la cantidad de necrológicas con foto que llenan un par o más de páginas del diario local, The Straits Times. Es este un periódico de formato a la antigua, de los que no puedes abrir completamente para leerlo en el avión porque le arreas en la cara al vecino. Es para hacerse una idea de la cantidad de semblantes de rasgos chinoides en tamaño foto de carnet que te encuentras en esas enormes páginas. La inmensa mayoría piden una oración por su alma, se ve que la necrológica es costumbre de sino-singapurenses cristianos. Los de las otras muchas religiones que conviven en esa encrucijada que es Singapur no parecen tener inclinación a comunicar a los vecinos sus defunciones. Será quizás porque la idea de que la plegaria de extraños le ayuda a uno a alcanzar más fácilmente el paraíso sea una idea cristiana y de poca religión más.

De vuelta en Murcia, lo de hoy ha sido para mi una verdadera sorpresa, porque en los 20 años largos que viví aquí hasta mi marcha a Madrid y después Bruselas, nunca me había cruzado con un megáfono-necrológica. Cierto es que siempre viví en el centro, y allí hay demasiado ruido para que prospere la megafonía, comercial u otra. Mi padre, ya mayor, solía leer con atención las necrológicas en La Verdad puede que con más atencion que las actualidades del municipio y otras noticias del dia. Papá conocía a más de media Murcia, y a su edad sabía que sus conocidos no podían sino ir cayendo. Tratándose de amigos, las noticias llegan por otras vias. Para los conocidos, había que mirar las necrológicas para estar al tanto. Pero en La Verdad no ponían ni ponen fotos, a no ser que se trate de un o una prócer local, en cuyo caso su foto si que solia aparecer en un artículo dedicado donde un cercano reseñaría su vida y logros. A mis padres, ambos, les publicaron una breve reseña sin foto. Mamá era muy querida en los circulos del magisterio murciano, y mi padre también en los suyos, sobre todo en el del apostolado seglar de la diócesis. Pero tambien en los de la universidad y abogacía.

Quién será esta vecina tocaya, que acaba de marcharse, y a cuya despedida convocan por un medio tan peculiar con tanta insistencia? Era una trabajadora de la sericícola, eso dice el megáfono. Esta circunstancia debió ser extremamente importante para ella, si es que había que mencionar el dato en el anuncio. La sericícola es una finca en la que se instaló en 1912 en La Alberca, una estación de investigación dependiente del Ministerio de Fomento (luego del de Agricultura y hoy del IMIDA). La finca de La Alberca, de unas cien tahúllas (11 hectáreas), se la compró el gobierno a la Condesa de Alcubierre y Marquesa de Espinardo. Su objeto inicial fue la promoción y mejora de la sericicultura, o sea la cría del gusano de seda, especialmente la lucha contra las plagas que atacan al gusano. La seda fué muy importante aquí en siglos pasados, ya en tiempos de moriscos. Su época de esplendor fue entre los siglos XV y XVIII. A partir del XIX las muchas plagas que hubo iniciaron el declive, a pesar de los esfuerzos de los agrónomos de la estación. De pequeña, recuerdo que nos hacían cuidar gusanitos en una caja de zapatos como actividad escolar de ciencias naturales. Les dábamos hojas frescas de morera que podíamos coger en cualquier calle de la ciudad, donde las moreras abundan, incluso hoy dia, y observábamos como hacian sus capulllos de los que luego salía la fea y anodina mariposa. Pero para entonces, en los 60, la industria de la seda murciana ya estaba más que fenecida, por la sucesión de desastres como las plagas, el crash de las bolsas del 29, la terrible guerra civil y las importaciones japonesas que empezaron a llegar después, y que negaron toda posibilidad de revivirla.

El megáfono se refería a la cuesta de los caños. Esa calle ha cambiado de nombre varias veces en los últimos tiempos y ahora se llama Avenida del Verdolay, pero poca gente usa ese nombre. No me extraña que los locales preserven el de toda la vida para su uso corriente. Los cambios cuesta aceptarlos, y mucho más si son frecuentes. Pero la referencia a los caños ilustra una contradicción ingeniosa y muy murciana: por una parte, mandan un coche con megafonía para comunicar la cosa a todo quisque, pero usando referencias que la gente de aquí de siempre entiende, pero no necesariamente los nuevos que nos hemos instalado en la zona en tiempos mas recientes, que somos muchos. Alcance y filtro, todo en uno.

Me hago dos preguntas: por qué se le ocurre a alguien dar publicidad de esta manera a la desaparición de un ser querido. Y como es que no oímos más proclamas como esta?

Como no tengo respuestas, me voy a imaginar la historia que me sugiere esta anécdota.

Mi tocaya Fuensanta era una viejecita venerable y querida. Desde jovencita y hasta su jubilación, muy tardía, trabajó en la sericícola. Era muy hábil con su macetas y las vecinas le envidiaban mucho los geranios, rosales y alhelíes rebosantes de salud que poblaban el patio de su casa, porque se traía del trabajo semillas y esquejes de los buenos. Era gran cocinera y sus tortas de Pascua tenían fama, así como su arroz y conejo y sus cabezas al horno. Era amiga de la panadera por el mucho uso del horno que hacía, hasta que la panadera pasó a mejor vida. La panadería cambió el horno moruno por uno industrial, y sus sobrinos le pusieron a ella en casa un horno de gas. Pero ella nunca hizo cabezas en él. No van a salir bien, se decía.

Trabajó mucho en la estación, y nunca se casó. Pero tenia dos hermanas mayores que ella que si se casaron y tuvo sobrinos que la visitaban regularmente a comer cabezas y arroces los domingos. Siguió viviendo sola, en su casa de planta baja del pueblo. Longeva, fué perdiendo a sus hermanas e incluso a sus sobrinos, de manera que a su muerte, a la avanzada edad de 99 años, le quedaba muy poca familia (algún sobrino-nieto) y casi ninguna amistad. Pero hasta prácticamente su último dia, siguió activa y nunca prostrada. Una mala caída dió con ella, gracias a una vecina que avisó al 112, en el hospital con la cadera rota, y la pobre vino a rendir el alma precisamente el día que aquellos valientes honorables de allí proclamaron la República Catalana por enésima vez. Por las caras que tenían en el momento histórico en cuestión, más bien pareciera que hubiesen sabido de la pérdida de Fuensanta y se dispusieran a asistir a su velatorio.

Alguien entre sus vecinos y conocidos sugirió que había que hacer algo. Había que hacer que Fuensanta tuviese una despedida como Dios manda. Eso de una vecina de pro, una de las venerables del pueblo, a la que despiden cuatro gatos en la misa de funerales y el entierro, eso no puede ser.

Hubo mucha gente que acudió a la llamada del megáfono. Algunos porque conocian a Fuensanta. Otros porque, aun sin conocerla, consideraron deber de buen vecino acudir a tal llamada. Muchos,  casi todos, porque esperan que un dia también haya quien se asegure que a ellos se les despide como Dios manda, si es que la vida les deja solos.

 

 

3 comentarios en “En la pérdida de una tocaya desconocida”

  1. Me ha encantado tu historia sobre la tocaya Fuensanta y tu sensibilidad en lo referente a la razón de la llamada por megáfono. Posiblemente su historia pudiera ser así y si no, me hubiera gustado que hubiera sido de esa manera. Sigue reflexionando sobre estos sucesos, pero no olvides que ayer el día 29 de Octubre fue el aniversario de la muerte de nuestra querida madre, a la que no publicitaron por megafonía, pero que dejó un vacío que aun siento. Le he llevado flores en nombre de todos y ella lo habrá recibido con su sonrisa picarona y nos ha agradecido que aún la echemos de menos.

  2. Tu alma sensible y observadora junto con tu curiosidad y fantasía se juntan en tus escritos dejando una impresión completa, placentera y duradera. Gracias

Los comentarios están cerrados.