En aquellos tiempos, mandábamos nosotras, antes de que los pinares repoblaran las tierras donde por siglos reinara el encinar mediterráneo. No se sabe si nuestro dominio fué para mejor o para peor, pero si se sabe que en las ruinas que dejaron los pueblos que gobernaron nuestras antepasadas no hay traza de final violento. Y luego llegaron las tribus patriarcales invasoras y se terminó lo que se daba, hasta hoy. Aqui, en Menorca, quedan muchos restos de aquella época en que reinaba la diosa, y los hombres se organizaban en hermandades con tótem animal. Y de ahí que los mitos posteriores convirtieran a los hombres de la hermandad de la cabra en sátiros, y en centauros a los de la del caballo, tritones a los de la del defín….y así. Ellos servían a la reina, que cada año se casaba con un rey para segun parece sacrificarlo a su término como propiciación y pago a la diosa por sus dones. Diosa cruel, pero no más que otros dioses antiguos, que también pedian sangre en pago … o extorsión.
Me admira en Menorca el tesón y la fuerza de espíritu de esos pueblos y sus tremendas gobernantes, para domar una tierra como ésta, que tanto se les debió resistir.
Aquí, sentada bajo las encinas antiguas del Sant Ignasi, recuerdo que no lejos de donde vivo, en lo alto del cerro de la Luz, yacen los restos de un santuario de la diosa. También pienso en los dólmenes del Bajil, cerca de Moratalla, que visité con mis amigas no hace mucho, cuyos constructores ni se sabe quién fueron, pero que parece ser datan de alrededor del 2000 a.n.e. Alli cerca hay una pintura rupestre de un barco, y a tiro de piedra, un encinar primigenio. Surprise, surprise!
El que sabía mucho de esto era Robert Graves, poeta (que no historiador!) inglés que vivió y quiso morir en Deià, en la cercana Mallorca. Él escribió largo y tendido sobre la diosa y explicó como historia idealizada la toma de los pueblos que la veneraban por las invasiones indoeuropeas patriarcales, dando lugar a los mitos griegos.
Me inspira estar en Menorca y pensar en estas cosas porque en casa tengo muy cerca unas piedras que me hablan mucho, y aquí, piedras alzadas en seco, de gente muy similar social y espiritualmente, están por todas partes. Anteayer visitamos la naveta des Tudons, junto con un autobús de jubilados checos. Ilona me ha educado el oído para reconocer su lengua. Allí nos dijeron que se trata del edificio en pié más antiguo de europa, ya que data del 1400 a.n.e. Pero no dejan entrar ni subir, como hicimos en Cerdeña Mila y yo cuando visitamos con mi querida Maria el nuraghe de Chiaramonti. Por el resto, las explicaciones sobre usos y costumbres de sardos y menorquines coinciden. En Tudons, quise meter mi mano por una rendija, profundamente, hasta quizá tocar una superficie que sólo he tocado yo desde que un centauro la apilara, miles de años atrás. Cerré los ojos y me imaginé tocando su mano, y no pude evitar sonreir.
Y ayer visitamos un portentoso lugar, en Cala Morell. Allí se alza una roca que avanza hacia el mar entre caletas y fantásticos acantilados. En su cima llevantaron sus casas de pedruscos, hace 3400 años, un grupo de extraños ancestros, coetáneos de los de Tudons, que no comían pescado, a pesar de tenerlo tan a mano. Esto se sabe por los restos de consumo hallados en las ruinas, todo huesos de cabra, oveja, cerdo, y sobre todo, vaca. Ni una raspa, ni un anzuelo. Y en todo lo alto, una construcción intrigante, que no fué casa ni lugar de culto, y que hay quien cree que fué un antiguo faro. Se especula que éste poblado fuera parte de una red de puestos costeros que guiaban a los navegantes que iban y venían entre las islas. También se cree que hacia el 1050 a.n.e. Este tráfico desapareció casi por completo. Más misterio. Aquí, en lo alto del promontorio marino, hemos visto el atardecer de fuego. He visitado las pirámides, Sigiriya y Chichén Itzá, pero raramente me he sentido tan sobrecogida por un sitio de los ancestros tanto como aquí.
En aquellos tiempos, las mujeres regíamos sobre una cultura expansiva, misteriosa y sin guerras, de la que me siento muy orgullosa. Quizá entonces hubo una mujer menorquina que puso a popa el faro de Morell, y vino a Murcia con su séquito de tritones a visitar a sus hermanas, en un barco como el que pintaron en el Bajil. O quizá fué una murciana la que vino aquí, guiada por ese mismo faro, a compartir y aprender los misterios de la tierra. Me hubiera gustado tanto conocerlas.