Ciclos, resoluciones y el dominó

Feliz año nuevo! Hala! Ya se han acabado las fiestas y empieza ese mes donde todos los días son lunes. Un mes de lunes. Puede ser muy duro verlo así. A mi me ha pasado muchas veces, cuando estaba en activo. De hecho, mi primer recuerdo de un mes de lunes es de mi año en Brujas. Dias oscuros, fríos, en los que cuesta salir de la cama. Ironías de la vida, hoy celebro la primera (si breve) lluvia del año, que tanta falta nos hace. Los Reyes han traído unas gotas. Roñosos, leñe, podrían haber sido unas cuantas más. Pero algo es algo. Mis dos gatitos, Gene y Mimi, miraban absortos el chaparrón y los rayos como si fueran algo que ya tenían casi olvidado.

Mimi Gatica se pregunta de donde ha salido de pronto todo este agua

Y Gene Squeaky también

Como un signo, las nubes se han abierto y el sol se ha colado entre ellas para darnos un precioso arco iris. Desde mi Jardín, pude ver cómo caía sobre mi ciudad querida de Murcia. Dicen los irlandeses que el Leprechaun esconde su olla de oro allí donde termina el arco iris. Calculo que el Leprechaun local debe haber escondido el suyo más o menos en la Plaza de las Flores. Presiento que se trata de los dorados y deliciosos caballitos de La Tapa, más bien que de maravedíes.

Murcia, al pié del Arco Iris

La tarde escampa, mi señor marido se dedica a hacerle cosquillas a los gatines y ellos le responden juguetones . Con tales compañías y tales vistas, qué más se puede pedir?

Quizás la caminata de anteayer por el paseo más bello del mundo, desde Calarreona a Calblanque, parando en la maravillosa Cala Dorada, con amigos muy, muy queridos? Mmm, si que si.

Felicidad, qué fácil palabra. Disculpad que me ponga seria, pero son las fechas que son, y me pueden las ganas de compartir reflexiones.

El fin de año es la celebración del tiempo que pasa, el fin del ciclo. Los Aztecas celebraban su fin de ciclo tirando todos sus enseres al fuego y comenzaban el siguiente labrando un ajuar nuevo. Tan sabios, y tan crueles. En nuestros tiempos, lo que es ya tradición es lo de las resoluciones de año nuevo. Confieso que yo no las he formulado. Otros años creo recordar que sí, pero éste no, porque se me ocurre que fiar el desarrollo personal propio a una tradición que vive mayormente de reformular objetivos fracasados cada doce meses es la mejor receta para estancarse donde uno está.

Enfrentados a un mes donde cada día es como un lunes, muchos viven el cambio de ciclo como una verdadera cuesta, no sólo la que nos pretenden aliviar las rebajas,  sino lo literalmente penoso que resulta subir una cuesta empinada,  sin la energía que no sentimos tener. Olvidamos que los ciclos son recurrentes, que el tiempo es algo sin solución de continuidad. Que en doce meses, como mucho, estaremos en el mismo punto.

No más resoluciones de año nuevo. Sólo una, permanente: ser feliz. Esto requiere un cierto esfuerzo, pero un esfuerzo de reflexión, de introspección, algo que no tiene por qué ser doloroso.

Y es que nadie puede hacernos felices más que nosotros mismos. Lo intentan dándonos recetas de felicidad de pago. Los que esto hacen no lo hacen porque nos quieren. Lo hacen por interés puro y duro. Les conviene que seamos una masa de drones, de abejas obreras, que crean en que la felicidad consiste en un fin último y sagrado: consumir.

Claro que hay otros muchos que nos llaman a ser felices de otra manera: siendo solidarios, incitándonos a aprender cosas nuevas, a mejorarnos en pensamiento y acción. Pero éstos bienintencionados apenas si pueden competir, porque no les mueve el interés. Los que actúan movidos por el interés, la ambición de poder y dinero, invierten en medios para bombardearnos de superestímulos consumistas en cada uno de los 360 grados de nuestra visión, en cada frecuencia de nuestra audición, en cada emoción sintética que nos arrojan al cerebro, por cualquier medio que sea. Nos distraen de todo lo que no sea cumplir con nuestra misión de abejas obreras consumidoras. Es dificilísimo escapar de esta alienación continua, pero si alguien quiere realmente ser feliz, tiene que aprender a hacerlo. No se trata de hacerse eremita. Se trata de ser conscientes de que podemos vivir plenamente.

Hay un instrumento claro de felicidad plena a nuestro alcance: la conciencia. Es el lugar donde dialogan razón y emociones. Pero es un lugar en nuestro fuero interno que hay que encontrar, es más, hay que trabajarlo, mantenerlo, limpiarlo, actualizarlo. Cierta gente ni sabe dónde está ni le interesa. Otros se encuentran en ese espacio de vez en cuando, generalmente en momentos de crisis, y sin querer. La mayoría creemos que la conciencia es algo que está para servirnos y que aparecerá, así, por arte de birlibirloque cuando la necesitemos, pero no tenemos más que una intuición vaga de en qué consiste o cómo funciona. También solemos contar con que sean los otros, el factor externo, el que nos despierte la conciencia cuando haga falta.

La emoción no es racional. Es objetivable y analizable, pero no es razón. Una visión romántica de la felicidad propone que dejarse llevar por las emociones es un canon de comportamiento puro y por tanto positivo. Esta propuesta deja la razón en muy mal lugar, como en un papel de aguafiestas. El problema está en que creemos que sabemos pensar, y no siempre es así. Con una razón deficiente, tener una conciencia capaz de darnos la base de la felicidad es prácticamente imposible.

Una vez, en el trabajo, hice un curso de mapas mentales. Fue una invitación a conocer un método probado para ordenar los pensamientos y mejorar la capacidad de análisis. Lo primero que nos contaron fue que el inventor, Tony buzan, desarrolló este método porque llegó al convencimiento de que la mayoría de la gente cree que sabe pensar, cuando no es así.

Yo no he adoptado el método de los mapas porque no soy visual, sino auditiva, y los mapas son un método esencialmente visual. Como auditiva (me entra mucho mejor lo que oigo que lo que veo, o leo, por ejemplo) mi pensamiento es más lineal que radial. Pero esto no me impide dar credibilidad al teorema inicial. Y desde que me enseñaron aquello, una de las claves de mi comportamiento es tratar por todos los medios de pensar bien. «Piensas bien?» es lo que dice mi tío a su pareja de dominó que tarda demasiado en decidir qué ficha jugar, cuando la jugada está clara.  Igual mi tío no sabe esto, pero estoy convencida de que esas dos palabras no son sólo una gracia del dominó; son la base misma de una vida feliz.

Cuando uno «piensa bien», elimina lo que no es relevante, se adentra hacia el meollo de las cuestiones sin distracciones, discierne mejor el por qué y el revés de las cosas, y está por tanto en condiciones de ser honesto consigo mismo. Mi Paul tiene una capacidad innata para esto, y me admira. Los que no la tenemos podemos usar mapas mentales u otro método, cada uno ha de encontrar el que le vale. Pero la primera y crucial condición es la de ser honesto incluso para admitir lo que uno no sabe, lo que uno no entiende, tener presente que la ignorancia puede llevar al error, al daño, a la infelicidad. Sólo piensa bien quien ejerce la duda metódica, quien evita creer que posee la verdad absoluta. Nuestra aproximación a la realidad es mejor cuanto más cuestionamos nuestra percepción y cuanto más la testamos para afinarla.

Un análisis honesto de la realidad, que dialoga con las emociones que sentimos (sólo nuestra razón puede activamente identificarlas, reconocerlas y admitir su relevancia) es lo que nos permite afrontar las decisiones, nuestras jugadas, con confianza. Sabemos que nos podemos equivocar, pero creo que así nos equivocamos menos, y que podemos hacer del error un medio para mejorar, para aprender, para pulir y repulir ese diamante en bruto que albergamos dentro y que llamamos persona. Una tarea que nunca cesa.

Perdonadme la perorata, igual no estáis para nada de acuerdo conmigo. Me parece muy bien si es así. Sólo quería desearos un 2018 realmente feliz.

2 comentarios en “Ciclos, resoluciones y el dominó”

  1. Muy filosófico. Entre Descartes (duda metódica) y la sabiduría morisca (nuestro admirado tío Pepe), me ha encantado que le llames (yo diría que hegelianamente) “lugar” a la con-ciencia.
    El “συν” griego se transformó en el “con” latino y de ahí que, como acertadamente dices, se pueda considerar a la conciencia como un lugar en donde dialogan (es decir, suenan al tiempo… como en una συν-φωνία) dos personajes principales: la razón y la emoción).

    A mí me gusta cada vez más la emoción. A propósito, gracias por descubrirme que más abajo de Calblanque hay una senda también practicable… De este verano no pasa el que la recorra emocionado.

    El brillo de la calva de Paul, cada vez más noble.

    1. Ah, sin emoción de nada valen las vistas ni la compañía, está claro! Pero cuanto más sabio es uno, más intensas las emociones, porque todo se aprecia mucho más. Cuando vengas hacemos la ruta de Calblanque juntos, te va a encantar, pero que no sea cuando el calor aprieta, que entonces es imposible!

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